Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: Botones de muestra XXVI

miércoles, 18 de marzo de 2015

Botones de muestra XXVI

   
     No es fácil hacer un excelente libro sobre el mejor autor de aforismos de los últimos siglos y más difícil aún es hacer una reseña aceptable de tal libro. La competencia con aforismos perfectos, donde no sobra ni falta una palabra, es insostenible. Salvo, claro está, acudir a la cita constante del autor de las máximas y convertir el libro en una antología y la reseña en una quintaesencia.

     Hay que decir en honor del Profesor José Miguel Serrano Ruiz-Calderón que no acude a la solución de facilidad y sí a analizar con rigor y humor a la vez la obra de Nicolás Gómez Dávila. Su análisis, además, pone orden en la obra del brillante pensador colombiano, que brilla en todo, como un puñado de brillantes, menos en el orden.

     El esquema de Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila queda aclarado desde el principio, en un índice que luego el intérprete español cumple con natural claridad y lealtad al interpretado colombiano. Me permito subrayar este extremo ya que me reconcilia con la prosa de los juristas españoles especializados en la Filosofia del Derecho, cuyos libros allá a mediados del siglo pasado yo frecuenté sumido en las brumas oscuras de un invencible tedio.

     Bastaría en realidad con reproducir el índice para dar cumplida noticia del contenido de la obra, pero no cumpliría entonces con la obligación de ofrecer botones de muestra de los libros que van suscitando y alimentando mi curiosidad.

     El primer capítulo, Una vida sustrato de una obra, resume lo que sabemos del culto y refinado misántropo criollo que fue Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). No es mucho, pero suficiente para atraer al lector curioso de autores al margen de las modas literarias e ideológicas. Don Nicolás añade a esta condición otras dos circunstancias gustosas para ciertos lectores: primero no fue a ninguna universidad y luego no hizo nada por darse a conocer ni por dar a conocer su obra. Sí parece haber recibido una excelente educación secundaria en su niñez transcurrida en Francia. Dicen que estudió en un colegio benedictino, pero ello no está comprobado. En todo caso le queda en su bella prosa española la impronta de la educación francesa, que desde luego enseña a pensar. Hasta tal punto que el lector se siente tentado de ver en Gómez Dávila un autor francés que escribe en español, como Borges puede parecer un autor inglés que escribe en español. Después de todo Oscar Wilde parece un autor francés que escribe en inglés, y así ad infinitum. O ad nauseam.

     Pero no es así. Nicolás Gómez Dávila es más bien el autor -tal vez el mejor autor- de una prosa española fulgurante pero mucho más influido en el fondo de su pensamiento por los escritores franceses, ingleses y alemanes que por los españoles, y nada por los "latinoamericanos". Diríase que era un apasionado de la lengua española pero no de los escritores hispanos. Quizá pensaba, como George Borrow, que la lengua española era superior a la literatura española. En todo caso este aspecto está perfectamente documentado a través del inventario de su biblioteca, 27.582 volúmenes que corresponden a 16.935 títulos. La mayor parte de la biblioteca está en francés, 7.106 títulos que incluyen traducciones de muchos de los clásicos grecolatinos y de los rusos. En inglés había 4.937 títulos, en alemán 2.816 y en italiano 454. En versiones originales griegas y latinas había 298 títulos, y 69 títulos en portugués.

     Lo más interesante es los libros que había en español: 718 títulos, con sorpresas tales que yo no me atrevería a juzgar. Sentía afición notable por Antonio Machado. También por Azorín. Dos grandes escritores cursis. Señal, cabe suponer, de que tan sólo le importaba cómo decían lo que decían, la forma y no el fondo. Había "mucho Eugenio d'Ors respecto a obras de pensamiento". A alguien he oído comentar que Gómez Dávila no apreciaba la obra de Ortega y Gasset. Confieso que para mí son hermanos gemelos el bogotano y el madrileño, pero también en esto me equivoco.

     Dice José Miguel Serrano:

     "La descripción que de sí mismo realiza en el primer libro que publicó Don Colacho no era ciertamente complaciente, otro de los rasgos de su carácter.
     «Casi rico, casi buen mozo, casi inteligente, casi con talento; mi vida ha consistido en un perpetuo perder el tren por unos pocos minutos de retraso», Notas, pg. 162".

     Su autorretrato tiene gracia pero acaso no sea del todo sincero, sino un recurso a la ironía para poner de su parte al lector. Por lo demás, incluso si Don Nicolás no era lector habitual de Don José Ortega, aquí parece haber ecos de la famosa diatriba orteguiana contra los diplomáticos, "hombres del universal casi". Pero aquella diatriba se debía al rencor contra Juan Valera por haberse burlado de Ortega y Munilla en el acto de ingreso de éste en la Real Academia, y el párrafo de Nicolás Gómez Dávila suena a hábil táctica, ya que masoquista no era.

     Hasta ahora, tan sólo me he referido al capítulo I de este libro. Tiene cinco más, así es que no podré prestar la atención que se merece. Basta con insistir en que los títulos de los capítulos e incluso los subtítulos y aun los epígrafes subordinados son un modelo de claridad y buen orden. El capítulo II trata precisamente de lo que anuncia (Obra, bibliografía e influencias), el III (El estilo del escoliasta), el IV (Rechazo de la pedagogía y de la profesionalización de la cultura), el V (Texto o textos implícitos en la obra de Nicolás Gómez Dávila) y el VI también (Dios y la nada. La superación del nihilismo). De todo ello se desprende que este escritor lo fue de aforismos, aunque él se empeñaba en llamarlos escolios. Todos los cinco volúmenes de escolios llevan en su título "a un texto implícito". La discusión sobre a qué se refería la expresión Escolios a un texto implícito, y qué era el aludido texto, ha provocado largas discusiones. El Profesor Serrano Ruiz-Calderón recoge nueve o diez interpretaciones de las palabras "texto implícito". Mi preferencia personal es la propia de José Miguel Serrano:

     "Al final, si ese texto existe, solo puede componerse a través del conjunto de las lecturas comentadas del propio Don Colacho, es decir, no es un texto autónomo al autor sino el conjunto de textos con escolios anotados."

     Cuestión aparte es el porqué de este recurso críptico. Algunos lo atribuyen a un cierto temor del qué dirán los del mundo universitario; me parece increíble dado el gusto irrefrenable que sentía Don Nicolás al provocar a los profesores y maestros de su época, a los que despreciaba. Tal vez tampoco quería ser demasiado explícito en su discrepancia radical del mundo post-conciliar. Una cosa era escribir "Más que un cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo", y otra era dar categoría de sistema a sus constantes pero dispersas observaciones, siempre aceradas, sobre la historia de la Iglesia. Aquí el botón de muestra sería bien breve:

     "La Iglesia, al caer en la tentación del jesuitismo, comienza utilizando y acaba utilizada". (Escolios, Ed. 2009, pag. 670)

     Mucho debemos, pues, los admiradores de Nicolás Gómez Dávila a este libro y a su autor José Miguel Serrano Ruiz Calderón, que en ningún momento sacrifica la verdad en el altar de la corrección política y tampoco en el de sus convicciones tal vez más firmes.

     Por eso me atrevo a pedirle, como lector y amigo suyo, que continúe aclarando muchas dudas que quedan en el ánimo de los lectores de Nicolás Gómez Dávila.

* * *

Ayer 17 de Marzo, de madrugada, garabateé estas notas:

Quedan, sin embargo, en mi mente muchas preguntas. Me las hago a mí mismo en noches de insomnio, y se las haré a mis amigos para trasladarles los desvelos de imposible respuesta. Ahí van algunas.

¿Es N.G.D. esencialmente un hereje?

¿Existió el "texto implícito" como un monstruo tautológico?

¿Monstruo en la acepción musical de la palabra? ¿O en el sentido goyesco del sueño de la razón?

Si hereje, ¿en qué corriente herética cabe ubicarlo?

Nada New Age, claro. La horterada esotérica no era su fuerte. Las versiones mediopelo de herejías honorables antiguas como los cátaros conviene dejarlas a Dan Brown y sus epígonos.

¿Qué pretenden sus constantes avisos de la inutilidad de oponerse al pensamiento moderno? ¿Será un mensaje de prudencia o un auto-exorcismo?

Más de un lector -¿yo, por ejemplo?- se siente cómodo leyendo a N.G.D. porque disfruta del tono irónico de la melodía sin reparar en su fondo trágico.

"Don Colacho" es contemplado a veces como un personaje de la Comedia del Arte, cuando es un personaje de la tragedia griega. Patricio sombrío, su risa es a veces desgarrada. O desgarradora.

La exégesis más solvente de N.G.D. deja muchos rincones sin alumbrar. ¿Por pudor? ¿Por miedo? ¿Por simple incapacidad de emprender la exploración?

La prueba: hay escolios que se citan poco.

Y no tan sólo sus feroces denuncias de los desatinos del aggiornamento post-conciliar.

¿Y si las famosas, pero poco conocidas, tertulias de Don Nicolás hubiesen sido otra cosa? ¿Algo así como el círculo de Leo Strauss o el de Stefan George?

¿Por qué descartar el nihilismo gracias a la teofanía? ¿Y si más que teofanía hubiese sido un deus ex machina? ¿O un as de la propia manga de Don Nicolás?

¿Será ésta la razón por la que nadie se ha atrevido a hacer algo tan fácil como un índice temático de los escolios?... con un simple ordenador...













Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila

José Miguel Serrano Ruiz-Calderón
Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona
2015

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13 comentarios:

  1. "...Hasta tal punto que el lector se siente tentado de ver en Gómez Dávila un autor francés que escribe en español, como Borges puede parecer un autor inglés que escribe en español..."
    Como criolla, y enormemente apegada a mi herencia literaria, desconfío siempre de todo esto. Si usted oye las conferencias de Borges en EEUU (están en YouTube), verá que su acento inglés es bastaaaaaaaaante deficiente... Una cosa es el esnobismo y otra la realidad.
    Si Gómez Dávila, como Borges, no fue capaz de aquilatar la herencia del Siglo de Oro español, pues francamente no habla nada bien de la cultura de este lado del Atlántico. Afortunadamente hay otros...

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    1. Estoy de acuerdo con lo que dice usted, pero poco tiene que ver con lo que yo dije antes. Tras la cita entre comillas que hace de mi entrada ("...el lector se siente tentado de ver en Gómez Dávila un autor francés que escribe en español..."), habría que añadir: "Pero no es así. Nicolás Gómez Dávila es más bien el autor -tal vez el mejor autor- de una prosa española fulgurante pero mucho más influido en el fondo de su pensamiento por los escritores franceses, ingleses y alemanes que por los españoles, y nada por los latinoamericanos".

      La "herencia del Siglo de Oro español" a la que usted alude fue doble, el fondo y la forma. Gómez Dávila fue fiel de todo punto a la forma. Por eso escribió en español. En estas lides la forma literaria es tan importante como el fondo. Casi otro tanto puede decirse de Borges. Pero reconozco que acabo de encontrar en Youtube unas entrevistas de Borges en Estados Unidos y es cierto que cuando habla en inglés tiene un acento extraño, o más bien una entonación rara. Tal vez ello se deba a que en su entrevista con William Buckley se enfrenta con el inimitable acento Mid-Atlantic del distinguido patricio del Nordeste americano... Por cierto que también aparece una entrevista en francés, lengua que quizá hablara Borges mejor que el inglés. No sé si todo eso es por esnobismo, pero en algunos casos la cuestión está más hondo. Por último, recuerdo que Madariaga hablaba inglés con acento castellano o gallego. Pero lo escribía perfectamente y el francés también. Y no tenía ni pizca de esnobismo. No sé si Nabokov hablaba ruso, inglés, francés y alemán con algún acento o cada una de las lenguas con acento distinto. Pero me propongo investigar la cuestión.

      Gracias por estimular la curiosidad. Pero, créame, Gómez Dávila no era un esnob extranjerizante. Como mucho un clasista. Hoy dirían elitista.

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  2. Yo veo un serio problema con el elitismo, y no digamos con el clasismo. Respecto al último, baste copiar aquí unas palabras de JRJ: «Recuerdo, a este propósito, que una joven marquesa, hija de condesa, "muy relijiosa" según ella misma, me contaba: "Mamá dice siempre que su cocinera está mejor que ella". Yo le contesté: "Pues entonces dígale usted a su mamá que se cambie por su cocinera, o por lo menos, que un día sea ella la cocinera y otro la condesa". Me replicó: "¡Qué cosas se le ocurren a usted! ¡Usted todo lo toma al pie de la letra! ¿Y la "clase", cómo se iba a cambiar?" La clase. Estas personas, de acuerdo con sus propios confesores, su cultura única relijiosa, o sus periódicos, su otra cultura, dividen a la sociedad en jentes "de clase" y de "no clase" (...) cree que al llegar retrasada ante Dios el día del juicio final, su cocinera, que estará ya en su sitio, porque siempre se ha levantado más temprano, le dirá: "Señora, pase usted primero". Y creen, además, que a Dios le parecerá muy bien».

    Y respecto al elitismo, si sólo es el reconocimiento de la diferencia, esto es, de que no todo el mundo escribe, digamos, como Cervantes o Shakespeare, a mí me parece no sólo bien, sino sencillamente obvio. No digamos si, como el mismo JRJ pedía, esa "conciencia de aristocracia", o de élite, es ante todo conciencia de una mayor responsabilidad y obligación frente a los otros. Pero cuando se trata (como casi siempre se trata) de conciencia de ser "más importante" (entiéndase: más poderoso), y exigencia de acatamiento a esa supuesta "importancia"; cuando es "élite" del tipo "usted no sabe con quién está hablando", cuando esa "élite" es mero disfraz de la vanidad o de la soberbia, si no de cosas peores, no me merece ningún respeto; todo lo contrario.

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    1. Pues yo veo un serio problema con la falta de sentido del humor. Nicolás Gómez Dávila tenía sentido del humor y Juan Ramón Jiménez no. La prueba es que escribió el libro más cursi del siglo XX, Platero y yo.

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    2. Peor aun. El aforismo es la forma literaria más exigente. Requiere tanto sentido de la ironía en el lector como en el autor. Sin ese requisito no se entiende el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila y por supuesto tampoco el de Schopenhauer, de Nietzsche, de Gracián o incluso de los Evangelios. Después de todo nuestra Iglesia está edificada sobre palabras no por sagradas desprovistas de sentido del humor irónico, en el Gran Juego de Palabras: "... tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (San Mateo, 16:18). Por cierto que el retruécano funciona en griego y en latín, pero ya no en otras lenguas modernas como el inglés. Un punto más a favor del español.

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    3. Pero, con todo, Juan Ramón Jiménez no fue bastante cursi como para satisfacer a Francisco Giner. Éste, escandalizado, lo obligó a suprimir un episodio en el que la Primavera la sangre altera de Platero al ver a una burra. "Entre nosotros, del puritanismo no se han librado ni la derecha ni la izquierda", concluye Andrés Amorós.

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    4. Varias cosas se me ocurren, a raíz de su respuesta.

      La primera, que la afirmación de que NGD era "como mucho un clasista. Hoy dirían elitista" es difícil que tenga mucho que ver con el sentido del humor de GD, o con su falta, ya que no es suya, sino de su comentario. No parece pues demasiado fundado valorarla en función de lo que pudiera decir, o pensar, el propio GD.

      La segunda, que afirmar que JRJ no tenía sentido del humor es haberlo leído de una manera, digamos, peculiar. Por poner un solo ejemplo entre muchos, él mismo designó a las reunidas en "Españoles de tres mundos" como "caricaturas líricas", título que su lectura justifica sin dudas. Y su ironía (que no raramente era autoironía) es tan afilada y lúcida como bien conocida.

      Respecto a la posible "cursilería" del "Platero", quizá proceda esa idea de una lectura superficial, o cuando menos discutible. Vicente Gaos, por ejemplo, que de superficial tenía poco, dice del libro que es «a la vez que un a grácil "elegía andaluza"... la aportación del autor al examen de lo que a fines del siglo pasado [XIX] se llamó "el problema de España"», palabras que en su propia edición del "Platero" alguien tan conocedor como Predmore recoge y confirma, yo entiendo que con toda la razón.

      En resumen: que JRJ no tuviese sentido del humor es afirmación discutibilísima (yo la creo simplemente equivocada). Lo mismo digo respecto al Platero como "el libro más cursi del siglo XX". Y que el elitismo, y no digamos el clasismo, son conceptos sumamente resbaladizos, y designan ideas que se prestan fácilmente (sobre todo en este último) al abuso, me parece algo obvio, por más sentido del humor con que se quiera mirarlos.

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    5. Le confieso, estimado Anónimo, que recurrí a la ironía para contestar con cierta concisión a su anterior comentario. Pero no tenía intención hostil, y lamentaría haber parecido antipático en mi expresión. Lo que quería decir con un eufemismo es que a Gómez Dávila ("como mucho un clasista. Hoy dirían elitista") no le dolían prendas a la hora de expresar sus opiniones en los Escolios. Lo hacía con contundencia. Era todo menos remilgado. Por eso me parecía que emplear el criterio de Juan Ramón Jiménez como argumento de autoridad era un error. Decir Magister dixit y ver aparecer a uno de los pocos elitistas cursis de la literatura española era sorprendente, tal vez cómico. Porque JRJ era elitista de estricta observancia, aunque su idea de la exquisitez era a veces digna de Rubén Darío, por no decir de Campoamor.

      Nicolás Gómez Dávila, por el contrario, era mordaz y tajante. Estoy seguro de que cualquiera que lea sus aforismos admirará su ingenio pugnaz. Incluso si tiene una ideología radicalmente opuesta, como le ocurría a García Márquez o al mismo Savater. De paso se puede comprobar cómo era el sentido del humor de NGD.

      Por último, reconozco que acaso me excedí calificando el Platero y yo de "el libro más cursi del siglo XX". En realidad sería posible batir esa marca con una antología de los hermanos Machado, donde ocupe el lugar de honor el poema Adelfos, que Manuel M. dedicó a Unamuno. Da alepori aquello de:

      Tengo el alma de nardo del árabe español

      o, peor aún:

      De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
      No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...


      Pero, en fin, los Machado son insuperables por la izquierda o por la derecha. El burro Platero hizo lo que pudo, pero fracasó en el torneo de la cursilería porque era "el burro menos burro, el burro más odioso", como le dijeron Dalí y Buñuel a JRJ.

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    6. Son tantos mis desacuerdos con esta respuesta, que tendría que extenderme hasta lo intolerable para empezar a exponerlos.

      Me limitaré a decir que, como ya apunté en mi primera intervención, si por "elitista" se entiende a quien reconoce diferencias, tanto de capacidad como de empeño, entre unos y otros, no sólo JRJ, sino Machado o cualquiera que profese admiración a quien cree que la merece, lo sería. Y que JRJ (y también lo recordé) entendía que dicho "elitismo" sólo es válido si quien cree pertenecer a alguna "élite" se siente por ello no más liberado de obligación o responsabilidad hacia los otros, sino al contrario, más comprometido en ello; que su concepto de "élite" es el de quien decía de sí mismo, por ejemplo, "Yo no soy nadie ni nada más que un trabajador enamorado de mi trabajo, y en él encuentro mi recompensa".

      Respecto a la "cursilería" del propio JRJ o de los hermanos Machado (o, imagino, de Bécquer), me temo que es opinión que procede (y también lo apunté antes) de no haber sabido leerlos apropiadamente. No era ésa la opinión del llorado Fernando Ortiz, quien llamó "la estirpe de Bécquer" a lo más representativo de la poesía moderna entre nosotros, incluyendo al propio JRJ (de quien destacó por ejemplo, al hilo del excelente libro de Arturo del Villar, su capacidad crítica) o a los hermanos Machado.

      No es así como yo leo ni a uno ni a los otros; para mi modo de ver, una lectura tal se queda en lo más superficial, y los empobrece decisivamente.

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    7. Esta vez, Anónimo amigo, ha usado con acierto el argumento de autoridad. Nuestro común amigo Fernando Ortiz era, en efecto, un maestro en escribir y en comentar la poesía. Y es cierto que admiraba a los Machado, a Becquer e incluso a JRJ, creo recordar. Pero lo que recordaré siempre es que pasé horas, muchas, con él riéndonos de nuestras respectivas manías y gustos en poesía. Él admiraba, sobre todo, en los autores citados su destreza versificadora y su buen oído para la poesía. Yo todo esto lo reconozco y acepto con gusto. Así es que, en recuerdo de Fernando Ortiz, le envío a usted un saludo dejando entre discretos paréntesis cualquier apreciación sobre la cursilería de algunos grandes poetas. A fin de cuentas se cree que la palabra cursi nació en Andalucía.

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    8. Pues gracias por esa elegante reserva, que encuentro de veras admirable. Ojalá abundase más no sólo ella, sino el espíritu que trasluce; mejor nos iría a todos.

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  3. Alexander von Humboldt24 de marzo de 2015, 22:18

    Si Democracia y nihilismo. Vida y obra de Nicolás Gómez Dávila de J.M. Serrano Ruiz-Calderón brilla por su orden como usted afirma a diferencia de la obra de Nicolás Gómez Dávila, se deberá probablemente a que Don Nicolás escribía sin reparar en ello, en poner un orden lógico a sus escolios. Yo me lo imagino leyendo y escribiendo sin tregua días y noches, solitario y feliz sin nada que le hiciera pensar en temas por completar ni fechas que ceñir. Lo que menos pudo ser este hombre fue ser un amargado aislado de esos a los que la soledad los mata paulatinamente. La elección de Gómez Dávila fue hacer las cosas como quiso y cuando quiso y sus placeres seguramente iban más allá de la lectura y la escritura. Sin embargo, el tema del orden de los escolios que usted nos hace ver es bastante interesante. Me decanto por pensar que el texto implícito es en sí un orden desordenado que da pie e introduce esos aforismos que a tantos les parecen desperdigados sin razón de ser ni conexión entre unos y otros. Otra cosa es el tiempo que vivió y los acontecimientos que lo marcaron y lo impulsaron con fervor a escribir por ejemplo, esos escolios incisivos post concilio que denotan el horror que debió sufrir en la fría Bogotá allá, por el comienzo de los años sesenta.
    Es curioso además, lo que usted afirma en la última frase de su desvelo, el hecho de que nadie se haya dado a la tarea de ordenar los escolios. No es fácil menester porque para clasificarlos se necesitaría haberlos leído en profundidad, conocerlos y haberse empapado reflexionado sobre éstos. No creo que exista nadie que pueda decir que conoce todos los escolios. Desde una posición modesta como la de éste servidor, es claro que los escolios tratan algunos de los siguientes temas que dejo aquí recogidos por si cualquiera un día lee esto y se decide a confeccionar esta complicada empresa de clasificación.
    Categorías y temas de los escolios de NGD:
    Contra la formación universitaria y la academia - Razón e inteligencia -Anticomunista, contra las revoluciones, los revolucionarios y el socialismo – Dios - Amor – Modernidad - Sobre el reaccionario - Mundo antiguo vs. Mundo moderno y modernidad - Lectura y pensamiento - Post concilio y post iglesia conciliar - Sensualidad- anti latinoamericano - Estupidez humana y cursilería.

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  4. Juan Ramón Jiménez tenía una "especial sensibilidad luminosa".

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