Marqués de Tamarón || Santiago de Mora Figueroa Marqués de Tamarón: San Jerónimo (VI)

jueves, 14 de abril de 2011

San Jerónimo (VI)

Acababa de colgar el San Agustín de Carpaccio cuando en una especie de involuntaria aplicación de las sortes virgilianae me encontré con estas palabras de Ramón Gaya:

“De ahí que para un español extremoso, enceguecido de casticismo, la pintura italiana no sea más que un poco de belleza maleable, aduladora, ligera, cínica; y para un italiano típico, castizo –descaradamente aposentado en la hermosura-, la pintura española no sea más que un poco de fealdad ensoberbecida. Claro está que cada uno de estos dos casticismos se equivoca al juzgar y al estimar a su contrario, pero no en su caracterización del otro.” (Velázquez, pájaro solitario, de Ramón Gaya).

Como no estoy enceguecido de casticismo, no diré que Carpaccio tenga algo de lo antes citado. Pero tal vez su belleza provoque a veces una sonrisa que casi ningún pintor español suscita. En fin, como seguíamos con las interpretaciones iconográficas de toda suerte de enigmas, símbolos y aun juegos, que abundan en estos cuadros de San Jerónimo en su celda y biblioteca, pasemos de la ligereza italiana a una cierta solidez –que no pesadez- germana:


Durero caelavit circa 1514


Ya hemos visto en los demás cuadros el león, y en algunos el perro. También el capelo cardenalicio, que a veces parece un sombrero de peregrino. Pero ¿y la calabaza? ¿Será cosa asimismo de peregrino? Porque no puedo creer que se trate de una alusión a la disputa sobre Jonás .


Tiene razón Jorge Sebastián, las interpretaciones suelen ser alternativas y apasionantes. En cuanto a que resulten peligrosas, también. A veces literalmente peligrosas, mortalmente peligrosas. Me ha recordado un problema clásico en la criptografía: el "hiperdescriptado" de los mensajes cifrados. Ocurrió mucho en los gabinetes negros en la Primera Guerra Mundial, donde los mejores especialistas, con los nervios agotados, podían encontrar un sentido perfectamente lógico y totalmente equivocado en un mensaje secreto indescifrable.

El desvarío analítico podía llevarse al fondo del mar a cientos de combatientes propios y el acierto podía causar la muerte a cientos de enemigos.
Claro que eso mismo ocurre con consecuencias parecidas en la naturaleza, donde el reino vegetal o el animal están llenos de trampas o de falsos símbolos para matar y no ser muerto por el competidor. Y para procrear, por supuesto. El engaño, con o sin sonrisa, es inherente a la vida, y el arte no es ajeno a la naturaleza ni en la intención ni en el resultado.

Por último, y volviendo al San Agustín de Carpaccio en la versión final , ¿puede alguien aclarar por qué figura en la mesa del santo una concha porcelana de la familia de las Cypreae? En otros lugares se llamaba cauri, y era símbolo precisamente de aquello a lo que se parece. Por no hablar de la especie de melón cortado por la mitad que hay al pie de la mesa. Y conste que siempre me parecieron sensatas las palabras de San Pablo a Tito: "Todas las cosas son limpias a los limpios". Y nada herética la glosa de D.H. Lawrence: "Para el puritano, todas las cosas son impuras".

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2 comentarios:

  1. Y lo más limpio es el latín de San Jerónimo, una vez más: omnia munda mundis (San Pablo, epístola a Tito, 1,15). Eso sí que es una manera concisa y pura de decir que todas las cosas son puras para los puros. Me temo que el desuso en que ha caído la Vulgata y toda la liturgia latina es un signo de los tiempos que no augura nada bueno.

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  2. Ernst Jünger escribió unas líneas muy afortunadas sobre esta representación de san Jerónimo. Le impresionaba especialmente y, en concreto, el reloj de arena.

    Reciba usted mis saludos.

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